Los medios digitales son ya una realidad inevitable para muchas personas en todo el mundo. ¿Qué significa esto para nuestras comunidades cristianas?
Para una proporción cada vez mayor de la población mundial, las formas digitales de comunicación se están normalizando en la vida cotidiana. Un dato revelador del último informe anual de We Are Social es que los cinco mil millones de internautas del mundo pasan en promedio casi 2,5 horas al día en las redes sociales.
Esto influye en nuestra forma de comunicarnos y relacionarnos. El hecho de estar relacionados está profundamente arraigado en los relatos bíblicos y es fundamental para la antropología teológica, la eclesiología y aun la soteriología. Estar en comunión unos con otros es constitutivo de la imago Dei y está en el centro de la obra redentora de Cristo, de la que la iglesia da testimonio como comunidad reconciliada.
Como tal, la comunicación mediada digitalmente tiene que ver con cuestiones que están en el centro de la fe cristiana. Independientemente de cómo se evalúen los medios digitales y su impacto en nuestras comunidades, para muchos se han convertido en un hecho inevitable de la vida y, para iglesias de todo el mundo, la cultura digital forma parte del contexto en el que nos encontramos.
La “autenticidad” de la comunidad en línea
En los últimos años, he dirigido varios talleres sobre la iglesia y la tecnología digital para diversos grupos. Mi observación anecdótica es que los grupos formados principalmente por migrantes digitales tienden a debatir sobre la autenticidad (o la falta de ella) de la comunidad en línea.
En cambio, cuando planteo preguntas sobre la “realidad” de la comunidad digital entre la generación Z, a menudo me encuentro con caras inexpresivas. Para los nativos digitales, la comunicación en y fuera de línea se considera en gran medida fluida y continua. Esto refleja lo que algunos sociólogos llevan sugiriendo desde hace más de una década: que Internet no debe entenderse como una dimensión separada que visitamos de vez en cuando, sino como una realidad cada vez más integrada en nuestra vida cotidiana.
Los “dualismos digitales”, que establecen distinciones tajantes entre lo que está en línea (online) y lo que está fuera de línea (offline) son, por tanto, poco útiles. Es decir, la forma en que nos involucramos en línea tiene un profundo impacto en nuestra vida fuera de línea, y viceversa. El impacto emocional del troleo en línea se siente con la misma intensidad que palabras duras en una conversación acalorada presencial. Publicamos mensajes en nuestras redes sociales sobre acontecimientos de la vida y utilizamos aplicaciones de mensajería para ponernos al día con amigos. Reforzamos lazos de comunión a través de videoconferencias con familiares que viven en distintas partes del país. El impacto y las implicaciones de la comunicación digitalmente mediada son reales y, por tanto, preguntar si las relaciones en línea son “auténticas” es plantear la pregunta equivocada.
La calidad y la naturaleza de la comunidad en línea
Esto no significa, sin embargo, que la tecnología de los medios digitales no influya en nuestra forma en que nos relacionamos unos con otros. Una preocupación legítima es la calidad y profundidad de las comunidades en línea. En términos generales, estas comunidades tienden hacia vínculos más débiles, con niveles más bajos de involucramiento y conexiones más fugaces. Como tales, podrían considerarse reflejos superficiales e inadecuados de la koinonía sugerida en Hechos 2:43-47.
Sin embargo, distinguiendo entre lazos fuertes y débiles dentro de comunidades, la teóloga Katherine Schmidt sugiere que es imposible estar íntimamente conectados con todo el mundo dentro de nuestra congregación local. Por el contrario, sostiene que los lazos débiles son esenciales para sostener comunidades. También aquí la tecnología digital puede desempeñar un papel importante. Las redes sociales y las aplicaciones de mensajería ofrecen la posibilidad de mantenerse en contacto durante toda la semana. Las peticiones de oración, los mensajes de ánimo o los recordatorios de próximos acontecimientos pueden unir a las comunidades. De maneras como estas, la tecnología de la comunicación digital puede servir para complementar las prácticas existentes. Enfrentar el involucramiento en y fuera de línea es simplemente una falsa dicotomía.
Afirmar que las comunidades en línea se sustentan principalmente en lazos débiles no significa negar el profundo sentimiento de comunión cristiana que algunos han encontrado en línea. Muchos se han sentido apoyados al participar en foros en línea, compartiendo experiencias de decepción, duelo y sufrimiento. Para algunas personas que se encuentran en los márgenes de nuestras comunidades, Internet les ha permitido superar barreras sociales y físicas que, de otro modo, les habrían impedido involucrarse y participar de forma significativa en la comunión cristiana.
Además, la posibilidad de conectarse con cristianos de otras partes del mundo puede ser enriquecedora. Debemos tener cuidado de no menospreciar estas experiencias de comunidad como de segunda clase, o universalizar nuestras propias experiencias negativas de comunicación digital. Al fin y al cabo, la calidad de cualquier relación o comunidad es difícil de medir, ya que es en gran medida subjetiva.
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Además, la suspensión parcial de las limitaciones geográficas tiene el potencial de fortalecer a la iglesia universal. La forma en que trabajamos como el Grupo de Trabajo de Teología de Lausana es un ejemplo de ello. La tecnología de videoconferencia nos permite reunirnos con regularidad a través de zonas horarias, intercambiar puntos de vista e ideas desde todos los rincones del mundo y, de este modo, conectarnos de una manera que habría sido engorrosa en la era predigital. De este modo, el uso de la tecnología de los medios digitales sirve para desarrollar la iglesia universal.
Es cierto que la brecha digital hace que muchos sigan excluidos de la posibilidad de participar en la “iglesia virtual universal”. Sin embargo, a medida que el acceso a Internet se amplía rápidamente en el Sur global, ya está contribuyendo a procesos de rediseño de los desequilibrios de poder que suavizan el dominio teológico y eclesial de la iglesia occidental (ver el capítulo “Inclusion in a Networked Society: Digital Theological Perspectives”, en Theologies and Practices of Inclusion).
Intencionalidad y desarrollo de comunidades en línea
Destacar estos aspectos positivos de los medios digitales no significa restar importancia a los problemas muy reales que han surgido a raíz de Internet. Los medios de comunicación informan de manera regular sobre su impacto negativo en la salud mental, la polarización y la erosión de la confianza en nuestras sociedades, las tendencias narcisistas de la marca personal y la manipulación a través de la tecnología persuasiva.
Como sugiere Angela Gorrell, los nuevos medios presentan tanto “gloriosas oportunidades como profundos quebrantos”. Esto exige que invirtamos en “conversaciones interesadas” sobre los medios digitales en contraposición a respuestas irreflexivas, ya sea una adopción entusiasta o un rechazo desdeñoso.
Así pues, como en cualquier esfuerzo de desarrollo de relaciones y comunidades, el involucramiento en línea requiere un nivel de intencionalidad. Muchas de las virtudes y hábitos que son imprescindibles para el florecimiento de las relaciones personales y la comunión también se aplican a la comunicación digital.
Sin embargo, hay algunas cosas que debemos tener especialmente en cuenta. Por ejemplo, nos encontramos con personas de forma habitual y en contextos específicos que nos dan pistas sobre cómo interpretar su comunicación. Por el contrario, algunos estudiosos han sugerido que la participación en línea puede sufrir de un “colapso de contexto”. Para evitarlo, cuando nos reunimos a través de videoconferencias debemos presentarnos unos a otros, de modo que al menos tengamos un conocimiento básico de las personas que están en la sala.
O, por poner otro ejemplo, un tuit, que es una forma de comunicación extremadamente limitada, puede malinterpretarse fácilmente por falta de comprensión de su contexto. Ser conscientes de ello debería impulsarnos a conceder a las personas el beneficio de la duda a la hora de interpretar su comunicación. Si bien hoy en día se discute hasta qué punto las redes sociales tienen un impacto causal en la polarización, la tendencia al aumento de las divisiones en nuestras sociedades es profundamente problemática, ya que erosiona la confianza entre las personas. Y la confianza es la moneda de cualquier sociedad y comunidad que funcione.
Como embajadores de Cristo, estamos llamados a un ministerio de reconciliación (2Co 5:18). Esto requiere, como mínimo, que cultivemos el hábito de escuchar atentamente a aquellos con quienes discrepamos, tanto en línea como fuera de línea.
Comunidades en red en la cultura digital
Las comunicaciones digitales no solo delimitan y/o crean nuevas posibilidades de comunión, sino que cambian la dinámica de nuestras comunidades de tal manera que cuestionan nuestros modelos institucionales tradicionales de iglesia.
Una de las características que definen a las comunidades en línea es que no están vinculadas geográficamente. Este hecho ha contribuido a una tendencia más amplia hacia estructuras en red de la sociedad. Parte de este cambio tiene que ver con la globalización y la urbanización, pero sin duda se ha acentuado por la llegada de Internet. En el pasado, la comunión cristiana estaba limitada en gran medida a la iglesia local. En las sociedades en red de hoy, los cristianos pueden formar parte de múltiples grupos y comunidades que les proporcionan alimento espiritual: conexiones con iglesias locales anteriores, grupos ecuménicos de iglesias, grupos caseros/celulares, organizaciones paraeclesiásticas, conferencias cristianas, grupos de oración por WhatsApp, grupos de estudio bíblico por Facebook, foros de debate en línea y cultos en línea retransmitidos desde todo el mundo.
La desventaja es que un enfoque en red de la comunidad podría convertirse en consumista. Permite a los individuos elegir las comunidades con las que se relacionan según sus gustos y preferencias, con un compromiso o responsabilidad limitados. El riesgo es que esto favorezca una espiritualidad orientada hacia uno mismo, en la que los grupos y las comunidades se utilicen para satisfacer nuestras propias necesidades espirituales. Esta actitud consumista parece muy alejada de la visión dirigida hacia afuera del discipulado —amar a Dios y al prójimo— que promovió Jesús.
En el lado positivo, sin embargo, para sostener nuestra fe en contextos a menudo bajo presión, necesitamos encontrar comunidades espirituales que nos nutran. En una sociedad conectada en red tenemos la posibilidad de enriquecer nuestra vida espiritual interactuando con distintas comunidades de todo el mundo con espiritualidades, estilos y formas de culto divergentes. Como mínimo, esta realidad debería impulsar a los líderes de iglesia a reflexionar tanto sobre su papel como pastores como sobre el modo en que se gestiona el discipulado en la cultura digital.
Una conversación continua y más amplia
Las tecnologías digitales no son monolíticas. Diferentes dispositivos, programas, aplicaciones y plataformas crean diferentes posibilidades y limitaciones que requieren una cuidadosa consideración. Además, el ritmo de la innovación y la renegociación humana involucrado implica que nuestras respuestas teológicas deben reevaluarse constantemente.
Por estas razones, mis comentarios aquí deben considerarse como una pequeña contribución a lo que es necesariamente una colaboración más amplia y una conversación continua dentro de la iglesia. Lo que espero haber dejado claro es que no podemos permitirnos chapotear en la era digital sin reflexionar. La digitalización se está desplegando ante nosotros a un ritmo pavoroso, y sus implicaciones se dejarán sentir en la iglesia durante las próximas décadas. Tenemos que preguntarnos cómo vamos a sortear estos cambios para que nuestras comunidades sigan floreciendo y dando testimonio de la obra reconciliadora de Dios a través de Cristo.
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